¿A quién querés más: a mamá o a papá? - Por Silvina Muñoz (Nota en dos partes)
¿A quién querés más: a mamá o a papá? - Parte I
Desde que se puso en vigencia el Nuevo Código, se hizo más evidente la posibilidad de hacer participar a los hijos de las parejas que llegan, por algún motivo, al Poder Judicial. Sin embargo, en Mediación desde hace ya mucho tiempo sabemos de la valiosa herramienta que puede constituir el testimonio de los hijos en el proceso. Como buena herramienta, puede ser muy útil o puede dañar; por lo cual -estimo personalmente- la pregunta en cuestión no debería ser “¿invitarlos o no?” sino “para qué invitar a los hijos al proceso?”.
Parafraseando a una verdadera maestra en Mediación como la Licenciada Marinés Suares, el riesgo de preguntar está en la respuesta: “Cuidado que, cuando preguntamos, el otro contesta; y una vez que eso pasa, su verdad está puesta sobre la mesa y no podemos hacerle ‘ole’, como el torero”.
En ese sentido, como profesional mediador, tengo muy en claro los objetivos y el alcance del proceso, ya que no estamos para hacer terapia familiar ni para fiscalizar los criterios de comportamiento de los hijos ni de los padres, ni analizar su escala de valores (en tal caso nos ayuda a entender su dinámica comunicacional intrafamiliar). Estamos para escuchar activamente, comprender, detectar los intereses subyacentes de las partes y luego traducirlo al “idioma emocional” de cada una, ya que inclusive muchas veces están de acuerdo o sostienen la misma idea y siguen discutiendo.
Personalmente, ante la posibilidad de invitar a los hijos, solicito la autorización a los padres y les anticipo que la reunión será tan confidencial como la de ellos y que el motivo fundamental es darles un espacio para que los niños se sientan escuchados: pero escuchados por los padres. Es decir, no vamos a preguntarles con quién quieren vivir, a quién quieren más, quién dice la verdad: queremos brindarles un espacio cuidado para que puedan expresarles a sus padres lo que no pudieron en la intimidad de su casa, acerca de lo que sienten o significa esta situación para ellos.
Lo ideal es que luego de relevada la agenda de los hijos, puedan enunciarla de manera directa a los padres pero -si por las características o las circunstancias decidieran no hacerlo de esta forma- les consultamos lo que nos permiten transmitir y, si quisieran estar presentes en ese momento o no, con cada uno o con ambos padres en la sala. Es igual que en una reunión privada con adultos.
Sin importar la edad de los chicos o el contenido de la reunión, esta consulta es muy importante, ya que hace a la confianza que ellos depositan en nosotros.
Es una muy buena herramienta, pero si no se tiene muy en claro qué hacer con las respuestas, es una puerta que tal vez sea preferible que se abra en otro momento y por otro profesional.
Nobleza obliga a rescatar que en la nómina de Mediadores de Familia del Centro Judicial de Mediación de Córdoba existen excelentes profesionales, altamente capacitados, que median desde hace muchos años, y que manejan esta posibilidad recientemente revalorizada por el Nuevo Código de manera estupenda y con grandes resultados desde hace años.
En el año 2013, en audiencia con una pareja de padres desde muy jóvenes, en la agenda de Luis, el papá (menor de edad al momento del nacimiento del hijo mayor), aparecía la necesidad de estar con los chicos que en este tiempo tenían 12 años (Abel) y 10 años (Lorenzo), ya que hacía casi dos meses que no los veía.
A Carla, la mamá de los chicos, la percibí muy nerviosa; era menudita, parecía una bolsa de gatos. Luis comienza el reclamo y ella le comenta que los chicos no deseaban verlo ya que estaban muy decepcionados de su actitud, especialmente Abel. Hacía como cuatro meses, con el hijo mayor presente, Luis había sido violento no sólo verbalmente con Carla y “Abel no podía perdonarle semejante situación”, según los dichos de la madre. Además, indagando un poco, nos cuentan que cuando Abel tenía ocho años, Luis llegó a dudar de su paternidad, sobre lo cual el niño estaba al tanto.
Éstos son datos bisagra para la continuidad del proceso, porque la historia no puede seguir sin un cimiento firme y la duda acerca de si se es padre o no no es un asunto menor. Le preguntamos privadamente si le hacía falta un análisis de ADN o si se lo habían realizado ya, a lo que Luis contesta que ya no lo necesitaba, que lo había dicho en un momento de mucho enojo y que en realidad había querido ofender a Carla y realmente lo había conseguido, pero como “daño colateral” había afectado mucho su relación con Abel, que para colmo, estaba entrando en una edad muy difícil.Tomamos la decisión de invitar a los chicos a la mesa.
Publicado en Comercio y Justicia (Córdoba, 15/09/16)
¿A quién querés más: a mamá o a papá? - Parte II
A la audiencia llegaron dos hombrecitos, menuditos como la mamá, muy agradables y con un peinado bien “tuneado”, lo que denotaba que para los chicos éste era un evento importante. En ese momento pensaba en el impacto que tiene en las partes una convocatoria al Centro Judicial de Mediación (CJM).
Al comenzar, solicito la autorización a los padres para quedarnos a solas con los chicos, tal como lo permite el proceso, ya que es tan confidencial como las reuniones con los adultos. Dos caballeritos se sentaron y comenzaron a contestar con total soltura, pero una palabra me hizo mucho ruido pues ya la había escuchado antes: “decepción”. Abel me lo dijo con respecto a la actitud de su papá, pero no me quedaba claro a cuál se refería; yo sabía de situaciones anteriores (violencia y desconocimiento de la paternidad) pero los chicos lo ven de otra forma. Al preguntarle sobre la actitud del papá que lo había decepcionado, me dijo que eran “sus ausencias”. Me descolocó. Lorenzo asentía. En el fondo de esta situación, los chicos necesitaban expresar libremente, y sin ser desleales a su mamá, que querían estar con su papá.
Les pregunto si tenían otro sentimiento aparte de la decepción y me contestan que sentían mucho enojo. ¿Enojo? ¿Por qué? “Porque no nos ve; no nos viene a ver los domingos cuando jugamos al fútbol. Hace muchos domingos que no viene…” ¿Lo extrañan? “Claro”, responden. “Me pregunto por qué extrañar a alguien que te decepcionó…” “porque yo lo quiero a mi papá…”, dice Abel y Lorenzo asiente con todos los gestos posibles. Comento: “¿Les gusta el rally? ¿Vieron qué lindos autos? Cuando la carrera empieza, estas súper máquinas están impecables, relucientes, potentes, los motores rugen como leones… cuando vuelven de la carrera tienen tierra y barro, están maltrechas; sin embargo, debajo de esa mugre permanece la misma potencia del motor. Con el amor y el enojo pasa más o menos lo mismo: el amor que sienten por su papá es este auto potente y fuerte; cuando las cosas andan bien luce brillante y bonito, pero cuando nos enojamos empieza a llenarse de barro hasta perder de vista el auto que hay debajo.
Ahora yo los invito a que no se confundan y que este enojo no les impida ver lo mucho que quieren a su papá”. Ambos deciden que le pueden dar otra oportunidad pero no quieren hablar directamente con él; entonces armamos una especie de escenario y les pregunto a los chicos si están de acuerdo en hablar conmigo, lo mismo que acaban de decir, pero con los papás escuchando. Colocamos las sillas de manera que los niños se sientan frente a nosotras y los padres detrás. Repito las preguntas que había hecho en privado, tal como lo habíamos acordado.
Lo que más me cuesta es mantener la mirada en los chicos, aunque podía apreciar cómo se secaban las lágrimas Luis y Carla al escucharlos decir las cosas que les habían lastimado de sus padres.
El impacto de los dichos de sus hijos fue muy importante para ambos. Si nosotros lo hubiéramos transmitido, no habría sido lo mismo; escuchar “Yo lo quiero a mi papá” o “no quiero que mi mamá sufra” hace que se le caigan las medias a más de uno. Sin embargo, las cosas no estaban dadas todavía para sentarlos frente a frente en la mesa, por eso diseñamos un escenario intermedio que en este caso resultó suficiente.
Lograr un espacio cuidado para que los chicos se expresen y los padres tomen conciencia de lo importante que es para ellos crecer con lo mejor de lo que cada uno les pueda dar, es el inicio de un sistema comunicacional familiar sustentable y no sólo para el papel.
Como mediadora, pero fundamentalmente como madre, me costó mucho trabajo aceptar que ni las madres podemos ser “madrepadre”, ni los padres pueden ser “padremadre” de sus hijos ya que somos complementarios por naturaleza, tanto como el sol y la luna. Después vendrán los requerimientos, las realidades individuales, las carencias personales y las propias dificultades como personas y como padres; pero si ésa va a ser la realidad con la que tendremos que lidiar, también se puede aprender a hacerlo, de una manera más saludable para los padres, pero fundamentalmente para los hijos, que ahora tienen su espacio revalorizado en los procesos judiciales.
Desde que se puso en vigencia el Nuevo Código, se hizo más evidente la posibilidad de hacer participar a los hijos de las parejas que llegan, por algún motivo, al Poder Judicial. Sin embargo, en Mediación desde hace ya mucho tiempo sabemos de la valiosa herramienta que puede constituir el testimonio de los hijos en el proceso. Como buena herramienta, puede ser muy útil o puede dañar; por lo cual -estimo personalmente- la pregunta en cuestión no debería ser “¿invitarlos o no?” sino “para qué invitar a los hijos al proceso?”.
Parafraseando a una verdadera maestra en Mediación como la Licenciada Marinés Suares, el riesgo de preguntar está en la respuesta: “Cuidado que, cuando preguntamos, el otro contesta; y una vez que eso pasa, su verdad está puesta sobre la mesa y no podemos hacerle ‘ole’, como el torero”.
En ese sentido, como profesional mediador, tengo muy en claro los objetivos y el alcance del proceso, ya que no estamos para hacer terapia familiar ni para fiscalizar los criterios de comportamiento de los hijos ni de los padres, ni analizar su escala de valores (en tal caso nos ayuda a entender su dinámica comunicacional intrafamiliar). Estamos para escuchar activamente, comprender, detectar los intereses subyacentes de las partes y luego traducirlo al “idioma emocional” de cada una, ya que inclusive muchas veces están de acuerdo o sostienen la misma idea y siguen discutiendo.
Personalmente, ante la posibilidad de invitar a los hijos, solicito la autorización a los padres y les anticipo que la reunión será tan confidencial como la de ellos y que el motivo fundamental es darles un espacio para que los niños se sientan escuchados: pero escuchados por los padres. Es decir, no vamos a preguntarles con quién quieren vivir, a quién quieren más, quién dice la verdad: queremos brindarles un espacio cuidado para que puedan expresarles a sus padres lo que no pudieron en la intimidad de su casa, acerca de lo que sienten o significa esta situación para ellos.
Lo ideal es que luego de relevada la agenda de los hijos, puedan enunciarla de manera directa a los padres pero -si por las características o las circunstancias decidieran no hacerlo de esta forma- les consultamos lo que nos permiten transmitir y, si quisieran estar presentes en ese momento o no, con cada uno o con ambos padres en la sala. Es igual que en una reunión privada con adultos.
Sin importar la edad de los chicos o el contenido de la reunión, esta consulta es muy importante, ya que hace a la confianza que ellos depositan en nosotros.
Es una muy buena herramienta, pero si no se tiene muy en claro qué hacer con las respuestas, es una puerta que tal vez sea preferible que se abra en otro momento y por otro profesional.
Nobleza obliga a rescatar que en la nómina de Mediadores de Familia del Centro Judicial de Mediación de Córdoba existen excelentes profesionales, altamente capacitados, que median desde hace muchos años, y que manejan esta posibilidad recientemente revalorizada por el Nuevo Código de manera estupenda y con grandes resultados desde hace años.
En el año 2013, en audiencia con una pareja de padres desde muy jóvenes, en la agenda de Luis, el papá (menor de edad al momento del nacimiento del hijo mayor), aparecía la necesidad de estar con los chicos que en este tiempo tenían 12 años (Abel) y 10 años (Lorenzo), ya que hacía casi dos meses que no los veía.
A Carla, la mamá de los chicos, la percibí muy nerviosa; era menudita, parecía una bolsa de gatos. Luis comienza el reclamo y ella le comenta que los chicos no deseaban verlo ya que estaban muy decepcionados de su actitud, especialmente Abel. Hacía como cuatro meses, con el hijo mayor presente, Luis había sido violento no sólo verbalmente con Carla y “Abel no podía perdonarle semejante situación”, según los dichos de la madre. Además, indagando un poco, nos cuentan que cuando Abel tenía ocho años, Luis llegó a dudar de su paternidad, sobre lo cual el niño estaba al tanto.
Éstos son datos bisagra para la continuidad del proceso, porque la historia no puede seguir sin un cimiento firme y la duda acerca de si se es padre o no no es un asunto menor. Le preguntamos privadamente si le hacía falta un análisis de ADN o si se lo habían realizado ya, a lo que Luis contesta que ya no lo necesitaba, que lo había dicho en un momento de mucho enojo y que en realidad había querido ofender a Carla y realmente lo había conseguido, pero como “daño colateral” había afectado mucho su relación con Abel, que para colmo, estaba entrando en una edad muy difícil.Tomamos la decisión de invitar a los chicos a la mesa.
Publicado en Comercio y Justicia (Córdoba, 15/09/16)
¿A quién querés más: a mamá o a papá? - Parte II
La participación de los niños en mediación tiene que ser con una idea clara: es para que los escuchen sus padres. En la anterior entrega presentamos el caso de una pareja de padres muy jóvenes, con dos niños: Lorenzo (10) y Abel (12), que a raíz de situaciones familiares desafortunadas, llegan a nuestra mesa con un alto grado de deterioro en las relaciones entre el padre, Luis, y los hijos. Tomamos la decisión de entrevistar a los chicos ya que creímos que para el padre iba a ser muy difícil comenzar a reconstruir la relación con esos antecedentes y sabíamos que Carla, la madre, no tenía la intención de colaborar demasiado en el tema.
A la audiencia llegaron dos hombrecitos, menuditos como la mamá, muy agradables y con un peinado bien “tuneado”, lo que denotaba que para los chicos éste era un evento importante. En ese momento pensaba en el impacto que tiene en las partes una convocatoria al Centro Judicial de Mediación (CJM).
Al comenzar, solicito la autorización a los padres para quedarnos a solas con los chicos, tal como lo permite el proceso, ya que es tan confidencial como las reuniones con los adultos. Dos caballeritos se sentaron y comenzaron a contestar con total soltura, pero una palabra me hizo mucho ruido pues ya la había escuchado antes: “decepción”. Abel me lo dijo con respecto a la actitud de su papá, pero no me quedaba claro a cuál se refería; yo sabía de situaciones anteriores (violencia y desconocimiento de la paternidad) pero los chicos lo ven de otra forma. Al preguntarle sobre la actitud del papá que lo había decepcionado, me dijo que eran “sus ausencias”. Me descolocó. Lorenzo asentía. En el fondo de esta situación, los chicos necesitaban expresar libremente, y sin ser desleales a su mamá, que querían estar con su papá.
Les pregunto si tenían otro sentimiento aparte de la decepción y me contestan que sentían mucho enojo. ¿Enojo? ¿Por qué? “Porque no nos ve; no nos viene a ver los domingos cuando jugamos al fútbol. Hace muchos domingos que no viene…” ¿Lo extrañan? “Claro”, responden. “Me pregunto por qué extrañar a alguien que te decepcionó…” “porque yo lo quiero a mi papá…”, dice Abel y Lorenzo asiente con todos los gestos posibles. Comento: “¿Les gusta el rally? ¿Vieron qué lindos autos? Cuando la carrera empieza, estas súper máquinas están impecables, relucientes, potentes, los motores rugen como leones… cuando vuelven de la carrera tienen tierra y barro, están maltrechas; sin embargo, debajo de esa mugre permanece la misma potencia del motor. Con el amor y el enojo pasa más o menos lo mismo: el amor que sienten por su papá es este auto potente y fuerte; cuando las cosas andan bien luce brillante y bonito, pero cuando nos enojamos empieza a llenarse de barro hasta perder de vista el auto que hay debajo.
Ahora yo los invito a que no se confundan y que este enojo no les impida ver lo mucho que quieren a su papá”. Ambos deciden que le pueden dar otra oportunidad pero no quieren hablar directamente con él; entonces armamos una especie de escenario y les pregunto a los chicos si están de acuerdo en hablar conmigo, lo mismo que acaban de decir, pero con los papás escuchando. Colocamos las sillas de manera que los niños se sientan frente a nosotras y los padres detrás. Repito las preguntas que había hecho en privado, tal como lo habíamos acordado.
Lo que más me cuesta es mantener la mirada en los chicos, aunque podía apreciar cómo se secaban las lágrimas Luis y Carla al escucharlos decir las cosas que les habían lastimado de sus padres.
El impacto de los dichos de sus hijos fue muy importante para ambos. Si nosotros lo hubiéramos transmitido, no habría sido lo mismo; escuchar “Yo lo quiero a mi papá” o “no quiero que mi mamá sufra” hace que se le caigan las medias a más de uno. Sin embargo, las cosas no estaban dadas todavía para sentarlos frente a frente en la mesa, por eso diseñamos un escenario intermedio que en este caso resultó suficiente.
Lograr un espacio cuidado para que los chicos se expresen y los padres tomen conciencia de lo importante que es para ellos crecer con lo mejor de lo que cada uno les pueda dar, es el inicio de un sistema comunicacional familiar sustentable y no sólo para el papel.
Como mediadora, pero fundamentalmente como madre, me costó mucho trabajo aceptar que ni las madres podemos ser “madrepadre”, ni los padres pueden ser “padremadre” de sus hijos ya que somos complementarios por naturaleza, tanto como el sol y la luna. Después vendrán los requerimientos, las realidades individuales, las carencias personales y las propias dificultades como personas y como padres; pero si ésa va a ser la realidad con la que tendremos que lidiar, también se puede aprender a hacerlo, de una manera más saludable para los padres, pero fundamentalmente para los hijos, que ahora tienen su espacio revalorizado en los procesos judiciales.
Silvina Muñoz - Mediadora, Centro Judicial de Mediación
Publicado en Comercio y Justicia (Córdoba, 22/09/16)
Comentarios
Publicar un comentario