Cuando la realidad no encaja en los parámetros familiares tradicionales - Por José Luis Bustos (Nota en tres partes)
Cuando la realidad no encaja en los parámetros familiares tradicionales I
La mayoría de nosotros hemos incorporado los modelos familiares tradicionales. Si bien autores como Antonio J. Ferreira (Interacción familiar – Aportes fundamentales sobre teoría y técnica, Ediciones Buenos Aires, 1963) reconocen la importancia de estos mitos o paradigmas para la homeostasis del organismo familiar (entendida ésta como la capacidad de mantener una condición interna estable y un equilibrio dinámico mediante el intercambio regulado con el entorno), también han puesto de relieve que, si no tienen la flexibilidad necesaria, pueden causar dificultades cuando las personas deben adaptarse a realidades que no encajan en ellos.
Aunque en los últimos años hubo cambios legislativos importantes que reconocen y legitiman nuevas formas de organización familiar, hay muchas personas que -consciente o inconscientemente- siguen apegadas a modelos ideales muchas veces muy distantes de su realidad, lo cual les genera una mirada tan distorsionada de la situación que les dificulta la adaptación. Esas dificultades se vuelven evidentes, por ejemplo, cuando es preciso afrontar el panorama posterior a la separación de la pareja y encontrar una nueva organización familiar que se adecue a esas circunstancias.
Esos paradigmas suelen manifestarse como reglas, como por ejemplo aquella que nos dice que cuando se produce la separación de los padres, los niños o adolescentes deben (al menos preferentemente) quedar al cuidado materno, paradigma que hasta hace poco tiempo tuvo recepción legislativa. Este modelo se basa en una serie de supuestos, algunos de los cuales han perdido vigencia en mayor o menor medida en las sociedades modernas.
Uno de esos supuestos es que el padre sale de la casa a trabajar y la madre queda en la casa con los hijos. Esta hipótesis ha sufrido numerosos embates desde hace ya bastante tiempo dado que, debido a la insuficiencia de los ingresos del padre para sostener las necesidades domésticas, la mujer se ha incorporado masivamente al mercado laboral, fenómeno potenciado por su legítimo anhelo de emancipación económica del hombre.
De esta corriente nacen otros conceptos como, por ejemplo, que los hombres no están capacitados para criar o atender a los niños -lo que muchas veces se transforma en una profecía autocumplida- ya que la manera en la que fueron educados y la división de funciones que esta educación genera hace que queden al margen del aprendizaje de las labores de crianza. Como consecuencia, la incorporación del hombre a las tareas del cuidado de los hijos no ha sido exactamente proporcional al ingreso de la mujer al mundo laboral. Pero de ello no debe implicarse que un varón no pueda hacerse cargo de la crianza de un niño o un adolescente, cualquiera sea el sexo de éste; sólo serán necesarios tiempo y práctica.
Cuando aquella regla (“los hijos deben quedar al cuidado materno”) se rompe, se pone en evidencia una realidad que contrasta con el ideal y se hace necesario trabajar para encontrar un nuevo marco adecuado a esta coyuntura.
Todas estas reflexiones vienen a cuento de un caso en el que me tocó intervenir, en el cual el conflicto generado por la resistencia de una de las partes a aceptar los cambios ocurridos luego de la separación de la pareja, producía enfrentamientos entre ellas y amenazaba afectar seriamente la estabilidad emocional de una de sus hijas, una adolescente de 13 años.
En la primera audiencia conocemos, por medio del relato de sus padres, la historia de Rocío, la adolescente de quien hablamos, que ya lleva un año viviendo con su papá, Ignacio. Sus hermanos Eugenia, de 16 años y Rodrigo, de 23, viven con su mamá, Sandra.
Sandra es enfermera y trabaja de las 8 a las 22. Aún vive en la casa de tres dormitorios que fue el hogar conyugal, junto a sus dos hijos mayores. Eugenia tiene un carácter más sumiso que su hermana Rocío, acata la autoridad de su madre y trata de desentenderse de los problemas hogareños. Sin embargo, su bajo rendimiento escolar del último tiempo y su muy escasa vida social (según el relato de Ignacio) parecen mostrar que no es ajena a la problemática familiar general. Rodrigo, por su parte, ha generado una fuerte alianza con su madre, quien parece haberle delegado ciertas funciones paternas en el hogar y está muy enojado con su padre, a quien culpa de la separación. Ninguno de los hermanos tiene una relación estrecha con Rocío, a quien consideran una chica difícil.
Ignacio trabaja por cuenta propia como remisero. Tiene una jornada laboral de extensión similar a la de Sandra, pero más libertad en el manejo de sus tiempos. Vive en casa de su madre, donde también lo hacen su hermana Paula y dos sobrinas (hijas de Paula), Florencia y Luana, de 22 y 24 años respectivamente. Rocío comparte habitación con sus primas.
Publicado en Comercio y Justicia (Córdoba, 10/11/16)
Cuando la realidad no encaja en los parámetros familiares tradicionales II
La mayoría de nosotros hemos incorporado los modelos familiares tradicionales. Si bien autores como Antonio J. Ferreira (Interacción familiar – Aportes fundamentales sobre teoría y técnica, Ediciones Buenos Aires, 1963) reconocen la importancia de estos mitos o paradigmas para la homeostasis del organismo familiar (entendida ésta como la capacidad de mantener una condición interna estable y un equilibrio dinámico mediante el intercambio regulado con el entorno), también han puesto de relieve que, si no tienen la flexibilidad necesaria, pueden causar dificultades cuando las personas deben adaptarse a realidades que no encajan en ellos.
Aunque en los últimos años hubo cambios legislativos importantes que reconocen y legitiman nuevas formas de organización familiar, hay muchas personas que -consciente o inconscientemente- siguen apegadas a modelos ideales muchas veces muy distantes de su realidad, lo cual les genera una mirada tan distorsionada de la situación que les dificulta la adaptación. Esas dificultades se vuelven evidentes, por ejemplo, cuando es preciso afrontar el panorama posterior a la separación de la pareja y encontrar una nueva organización familiar que se adecue a esas circunstancias.
Esos paradigmas suelen manifestarse como reglas, como por ejemplo aquella que nos dice que cuando se produce la separación de los padres, los niños o adolescentes deben (al menos preferentemente) quedar al cuidado materno, paradigma que hasta hace poco tiempo tuvo recepción legislativa. Este modelo se basa en una serie de supuestos, algunos de los cuales han perdido vigencia en mayor o menor medida en las sociedades modernas.
Uno de esos supuestos es que el padre sale de la casa a trabajar y la madre queda en la casa con los hijos. Esta hipótesis ha sufrido numerosos embates desde hace ya bastante tiempo dado que, debido a la insuficiencia de los ingresos del padre para sostener las necesidades domésticas, la mujer se ha incorporado masivamente al mercado laboral, fenómeno potenciado por su legítimo anhelo de emancipación económica del hombre.
De esta corriente nacen otros conceptos como, por ejemplo, que los hombres no están capacitados para criar o atender a los niños -lo que muchas veces se transforma en una profecía autocumplida- ya que la manera en la que fueron educados y la división de funciones que esta educación genera hace que queden al margen del aprendizaje de las labores de crianza. Como consecuencia, la incorporación del hombre a las tareas del cuidado de los hijos no ha sido exactamente proporcional al ingreso de la mujer al mundo laboral. Pero de ello no debe implicarse que un varón no pueda hacerse cargo de la crianza de un niño o un adolescente, cualquiera sea el sexo de éste; sólo serán necesarios tiempo y práctica.
Cuando aquella regla (“los hijos deben quedar al cuidado materno”) se rompe, se pone en evidencia una realidad que contrasta con el ideal y se hace necesario trabajar para encontrar un nuevo marco adecuado a esta coyuntura.
Todas estas reflexiones vienen a cuento de un caso en el que me tocó intervenir, en el cual el conflicto generado por la resistencia de una de las partes a aceptar los cambios ocurridos luego de la separación de la pareja, producía enfrentamientos entre ellas y amenazaba afectar seriamente la estabilidad emocional de una de sus hijas, una adolescente de 13 años.
En la primera audiencia conocemos, por medio del relato de sus padres, la historia de Rocío, la adolescente de quien hablamos, que ya lleva un año viviendo con su papá, Ignacio. Sus hermanos Eugenia, de 16 años y Rodrigo, de 23, viven con su mamá, Sandra.
Sandra es enfermera y trabaja de las 8 a las 22. Aún vive en la casa de tres dormitorios que fue el hogar conyugal, junto a sus dos hijos mayores. Eugenia tiene un carácter más sumiso que su hermana Rocío, acata la autoridad de su madre y trata de desentenderse de los problemas hogareños. Sin embargo, su bajo rendimiento escolar del último tiempo y su muy escasa vida social (según el relato de Ignacio) parecen mostrar que no es ajena a la problemática familiar general. Rodrigo, por su parte, ha generado una fuerte alianza con su madre, quien parece haberle delegado ciertas funciones paternas en el hogar y está muy enojado con su padre, a quien culpa de la separación. Ninguno de los hermanos tiene una relación estrecha con Rocío, a quien consideran una chica difícil.
Ignacio trabaja por cuenta propia como remisero. Tiene una jornada laboral de extensión similar a la de Sandra, pero más libertad en el manejo de sus tiempos. Vive en casa de su madre, donde también lo hacen su hermana Paula y dos sobrinas (hijas de Paula), Florencia y Luana, de 22 y 24 años respectivamente. Rocío comparte habitación con sus primas.
Publicado en Comercio y Justicia (Córdoba, 10/11/16)
Cuando la realidad no encaja en los parámetros familiares tradicionales II
En la columna anterior comenzamos a realizar un análisis de los modelos familiares tradicionales. Destacamos, por una parte, su importancia para el mantenimiento de una condición interna estable y un equilibrio dinámico entre el sistema familiar y su entorno y, por la otra, llamamos la atención sobre los desajustes que pueden causar cuando son rígidos y los miembros de la familia tienen que adaptarse a realidades que no encajan en ellos.
Presentamos el caso de una familia que se encuentra atravesando el período posterior a la separación de la pareja. Conocimos a Sandra, madre de tres hijos, Rodrigo, de 23 años; Eugenia, de 16, y Rocío, de 13. De profesión enfermera, Sandra tiene una jornada laboral diaria de catorce horas. Supimos también de Ignacio, quien trabaja como remisero una cantidad de horas similar a las de Sandra, pero con mayor independencia en el manejo de sus tiempos. Luego de la separación, Rodrigo y Eugenia se quedaron con su madre y Rocío se fue a vivir con su padre.
Continuaremos ahora el desarrollo del caso y veremos la influencia que tuvieron los paradigmas familiares en las conductas de sus protagonistas.
Presentamos el caso de una familia que se encuentra atravesando el período posterior a la separación de la pareja. Conocimos a Sandra, madre de tres hijos, Rodrigo, de 23 años; Eugenia, de 16, y Rocío, de 13. De profesión enfermera, Sandra tiene una jornada laboral diaria de catorce horas. Supimos también de Ignacio, quien trabaja como remisero una cantidad de horas similar a las de Sandra, pero con mayor independencia en el manejo de sus tiempos. Luego de la separación, Rodrigo y Eugenia se quedaron con su madre y Rocío se fue a vivir con su padre.
Continuaremos ahora el desarrollo del caso y veremos la influencia que tuvieron los paradigmas familiares en las conductas de sus protagonistas.
Sandra no se adaptó bien a la separación y no acepta que Rocío se haya mudado a vivir con su padre. Desbordada por la ansiedad, se desespera porque no logra tener buena comunicación con ella, a quien cree en peligro. Quiere -a toda costa- que vuelva a la casa y viva en forma permanente con ella y sus hermanos.
Reconoce que no está en todo el día en su hogar y que no puede “manejar” a Rocío, pero -aun así- cree que debe regresar a su casa porque “los hijos deben criarse con su madre”, sobre todo Rocío “porque es mujer” y porque “los hermanos tienen que estar juntos”. Manifiesta, además, que con el padre no tiene límites y que compartir el cuarto con sus primas, mucho más grandes que ella, hace que tenga un lenguaje y conductas “que no son para su edad”; que sale demasiado, lo que la intranquiliza, por los peligros de la calle; que se la pasa todo el tiempo con la computadora y el celular. Justamente una de las últimas peleas que tuvieron fue porque le quitó el celular que le había comprado el padre. Cree que lo mejor es que vuelva a la casa y lleve una vida acorde con la edad que tiene, cumpliendo con las tareas del hogar y de la escuela.
El sentimiento de fracaso como madre, producido a raíz de que Rocío se ha ido con su padre, le causa mucha culpa y enojo con su hija, con ella misma y con Ignacio.
Éste, por su parte, cree que es mejor que Rocío salga con amigas, que se relacione, que haga actividades porque ésa es la mejor manera de que no que esté encerrada todo el día conectada a Internet. Además, está incómodo viviendo en casa de su madre; siente que la invade y que ni él ni Rocío tienen privacidad ni lugar para hacer nada y por eso prefiere no pasar allí mucho tiempo.
Reconoce que no está en todo el día en su hogar y que no puede “manejar” a Rocío, pero -aun así- cree que debe regresar a su casa porque “los hijos deben criarse con su madre”, sobre todo Rocío “porque es mujer” y porque “los hermanos tienen que estar juntos”. Manifiesta, además, que con el padre no tiene límites y que compartir el cuarto con sus primas, mucho más grandes que ella, hace que tenga un lenguaje y conductas “que no son para su edad”; que sale demasiado, lo que la intranquiliza, por los peligros de la calle; que se la pasa todo el tiempo con la computadora y el celular. Justamente una de las últimas peleas que tuvieron fue porque le quitó el celular que le había comprado el padre. Cree que lo mejor es que vuelva a la casa y lleve una vida acorde con la edad que tiene, cumpliendo con las tareas del hogar y de la escuela.
El sentimiento de fracaso como madre, producido a raíz de que Rocío se ha ido con su padre, le causa mucha culpa y enojo con su hija, con ella misma y con Ignacio.
Éste, por su parte, cree que es mejor que Rocío salga con amigas, que se relacione, que haga actividades porque ésa es la mejor manera de que no que esté encerrada todo el día conectada a Internet. Además, está incómodo viviendo en casa de su madre; siente que la invade y que ni él ni Rocío tienen privacidad ni lugar para hacer nada y por eso prefiere no pasar allí mucho tiempo.
Por su trabajo, conoce bien la calle y le resulta posible llevar y buscar a Rocío en sus salidas y actividades, se mantiene siempre en contacto con ella (para eso le había comprado el celular), conoce los lugares que frecuenta y las personas con las que se junta. Le resulta más fácil controlar a su hija en la calle que en la casa. Reconoce sí, sus limitaciones para seguir de cerca la escolaridad de Rocío y sabe que de alguna manera es necesario llegar a algún convenio con Sandra, que reduzca la tensión y les permita trabajar juntos para superar la crisis familiar.
Ambos relatan que Rocío ha manifestado en los últimos meses problemas de conducta en la escuela y que se ha vuelto algo agresiva, sobre todo con su madre, y eso les preocupa. El reconocimiento de esta preocupación común y de la necesidad de lograr algún acuerdo para revertir la crisis fue el pivote desde el cual comenzamos a plantear un posible re-encuadre de la situación.
Con mucha dificultad, logramos que resolvieran realizar una consulta psicológica para toda la familia, principalmente enfocada en el tema de Rocío, antes de tomar cualquier decisión.
Luego de dos meses, en la segunda audiencia, Ignacio presentó el informe de un psicólogo que, entre otras conclusiones, muestra que la niña está muy presionada y estresada por el tironeo entre sus padres y también hace hincapié en la necesidad que tiene de relacionarse con sus pares; y que siente un fuerte rechazo hacia su madre. Recomienda que toda la familia aborde en el ámbito terapéutico la problemática surgida a partir de la separación de los padres y que Rocío siga viviendo -al menos momentáneamente- con su padre, con quien se muestra más tranquila.
En la continuación de este artículo veremos cómo prosiguió el caso y las conclusiones a las que nos permitió arribar.
Ambos relatan que Rocío ha manifestado en los últimos meses problemas de conducta en la escuela y que se ha vuelto algo agresiva, sobre todo con su madre, y eso les preocupa. El reconocimiento de esta preocupación común y de la necesidad de lograr algún acuerdo para revertir la crisis fue el pivote desde el cual comenzamos a plantear un posible re-encuadre de la situación.
Con mucha dificultad, logramos que resolvieran realizar una consulta psicológica para toda la familia, principalmente enfocada en el tema de Rocío, antes de tomar cualquier decisión.
Luego de dos meses, en la segunda audiencia, Ignacio presentó el informe de un psicólogo que, entre otras conclusiones, muestra que la niña está muy presionada y estresada por el tironeo entre sus padres y también hace hincapié en la necesidad que tiene de relacionarse con sus pares; y que siente un fuerte rechazo hacia su madre. Recomienda que toda la familia aborde en el ámbito terapéutico la problemática surgida a partir de la separación de los padres y que Rocío siga viviendo -al menos momentáneamente- con su padre, con quien se muestra más tranquila.
En la continuación de este artículo veremos cómo prosiguió el caso y las conclusiones a las que nos permitió arribar.
Publicado en Comercio y Justicia (Córdoba, 17/11/16)
Cuando la realidad no encaja en los parámetros familiares tradicionales III
En las entregas anteriores reflexionábamos sobre las dificultades que se producen en el ámbito familiar cuando una situación nueva pone en tela de juicio la veracidad de ciertos paradigmas, hasta ese momento incuestionables. Analizamos el caso de una familia que intentaba transitar el camino hacia una nueva organización, luego de la separación de los padres. Examinamos la problemática de Rocío, la menor de esta familia, una adolescente de 13 años que decidió irse a vivir con su padre, Ignacio, situación que incrementó los enfrentamientos que ya existían entre la niña y su madre, Sandra. Esta última, apegada a un modelo según el cual “los hijos deben permanecer con su madre” y “los hermanos deben vivir juntos”, exigía que Rocío volviera a su casa.
El avance principal de las dos primeras audiencias había sido lograr el consenso para que toda la familia pudiera abordar la problemática de la separación de los padres en el marco de una terapia psicológica y relatábamos en la columna anterior las apreciaciones que surgían del informe brindado por el facultativo que los asistía.
El avance principal de las dos primeras audiencias había sido lograr el consenso para que toda la familia pudiera abordar la problemática de la separación de los padres en el marco de una terapia psicológica y relatábamos en la columna anterior las apreciaciones que surgían del informe brindado por el facultativo que los asistía.
La tercera audiencia mostró a dos padres algo más relajados y predispuestos a trabajar en conjunto. El nuevo informe psicológico confirmaba la imperiosa necesidad de acordar pautas básicas mínimas sobre la crianza de sus hijos. Sandra -de acuerdo con el informe que nos llegó en sobre cerrado- había comenzado a comprender que era necesario respetar la decisión de Rocío de permanecer con su padre y -sobre todo- que forzar su regreso sólo aumentaría la tensión entre ellas.
También pudo comprender que la necesidad de distancia que planteaba Rocío no implicaba un juicio negativo hacia ella en su condición de madre, comprensión que le ayudó a restarle dramatismo a la situación y aliviar su angustia. Paulatinamente, fue creciendo su confianza en la capacidad de Ignacio para cuidar de Rocío.
Era preciso ahora -indicaba el terapeuta- propiciar encuentros regulares entre madre e hija que les permitieran encontrar una nueva forma de relacionarse. Era de esperarse que este nuevo panorama incidiera positivamente en las relaciones entre Rocío y sus hermanos y entre éstos y su padre, las cuales debían ser tratadas en particular a su tiempo.
Se celebró un acuerdo provisorio para poder acompañarlos en este incipiente proceso al menos hasta fin de año y observar algunos aspectos, como por ejemplo el desempeño escolar de Rocío y Eugenia en el segundo semestre.
Se estipularon las siguientes cláusulas: Rocío continuaría residiendo principalmente en casa de su padre, con encuentros en fines de semana (sábado o domingo) con su madre. Eugenia compartiría con el padre algunos días en fines de semana, que acordarían en cada oportunidad.
Asimismo, sostenimiento de la terapia psicológica para toda la familia (incluido Rodrigo, si accede a continuarla) y apoyo escolar particular para Eugenia y Rocío. No se determinó cuota alimentaria; sólo se dejó establecido que la terapia y el apoyo escolar serían pagados entre ambos progenitores. A fines de ese año, en la cuarta audiencia y luego de evaluada la eficacia del acuerdo provisorio y recibido un nuevo informe del terapeuta, se celebró un acuerdo definitivo con cláusulas similares.
También pudo comprender que la necesidad de distancia que planteaba Rocío no implicaba un juicio negativo hacia ella en su condición de madre, comprensión que le ayudó a restarle dramatismo a la situación y aliviar su angustia. Paulatinamente, fue creciendo su confianza en la capacidad de Ignacio para cuidar de Rocío.
Era preciso ahora -indicaba el terapeuta- propiciar encuentros regulares entre madre e hija que les permitieran encontrar una nueva forma de relacionarse. Era de esperarse que este nuevo panorama incidiera positivamente en las relaciones entre Rocío y sus hermanos y entre éstos y su padre, las cuales debían ser tratadas en particular a su tiempo.
Se celebró un acuerdo provisorio para poder acompañarlos en este incipiente proceso al menos hasta fin de año y observar algunos aspectos, como por ejemplo el desempeño escolar de Rocío y Eugenia en el segundo semestre.
Se estipularon las siguientes cláusulas: Rocío continuaría residiendo principalmente en casa de su padre, con encuentros en fines de semana (sábado o domingo) con su madre. Eugenia compartiría con el padre algunos días en fines de semana, que acordarían en cada oportunidad.
Asimismo, sostenimiento de la terapia psicológica para toda la familia (incluido Rodrigo, si accede a continuarla) y apoyo escolar particular para Eugenia y Rocío. No se determinó cuota alimentaria; sólo se dejó establecido que la terapia y el apoyo escolar serían pagados entre ambos progenitores. A fines de ese año, en la cuarta audiencia y luego de evaluada la eficacia del acuerdo provisorio y recibido un nuevo informe del terapeuta, se celebró un acuerdo definitivo con cláusulas similares.
A modo de conclusión, podríamos decir que este caso nos permitió: 1) observar cómo en algunas ocasiones el apego a los modelos familiares tradicionales produce desajustes entre este universo simbólico y la realidad. 2) Analizar cómo estas discordancias dificultan la incorporación del cambio y generan tensión entre los miembros de la familia. 3) Corroborar una vez más la necesidad de la mirada interdisciplinaria y del apoyo terapéutico para sostener y llevar a buen puerto algunos procesos de mediación. 4) Valorar la importancia de los cambios introducidos en los paradigmas familiares por el Código Civil y Comercial que entró en vigencia en agosto del año pasado, que contemplan un abanico diverso y abarcativo de relaciones familiares y que dio lugar a que algunos autores hablen del paso del “derecho de familia” al “derecho de las familias”.
En este último aspecto, resulta justo mencionar que la eliminación de criterios legales rígidos, la legitimación de los progenitores para elaborar libremente su propio plan de parentalidad, el emplazamiento de principios fundamentales como el interés superior de los niños, la necesidad de escuchar a los hijos cuando se toman decisiones que les conciernen y la introducción del concepto de su autonomía progresiva, entre otras modificaciones, fueron el marco legal adecuado para alcanzar este acuerdo.
En este último aspecto, resulta justo mencionar que la eliminación de criterios legales rígidos, la legitimación de los progenitores para elaborar libremente su propio plan de parentalidad, el emplazamiento de principios fundamentales como el interés superior de los niños, la necesidad de escuchar a los hijos cuando se toman decisiones que les conciernen y la introducción del concepto de su autonomía progresiva, entre otras modificaciones, fueron el marco legal adecuado para alcanzar este acuerdo.
Publicado en Comercio y Justicia (Córdoba, 24/11/16)
José Luis Bustos - Abogado, mediador
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