Los pequeños movimientos - Por Samuel Paszucki*

Desde hace quince años trabajo como mediador. He aprendido que ningún caso es igual a otro; pueden ser similares, tratar temas parecidos, pero cada causa tiene alguna característica que la diferencia. También estoy convencido de que no hay expedientes “fáciles”. Ni siquiera los que al principio pintan como tales, los cuales luego, en el desarrollo de la mediación, se van complicando cada vez más con la aparición constante de nuevas circunstancias.
Pienso también que el trabajo conjunto de dos o más mediadores en un proceso, tal como se aplica en Córdoba, constituye casi nuestra “marca registrada”. Comencé trabajando así, lo sigo haciendo y me costaría trabajar de otra manera. Mediar de a dos alivia y complementa nuestra tarea; la enriquece. Son dos miradas diferentes, que ayudan al logro de los resultados.
El caso que hoy quiero comentar refleja ambas apreciaciones. Era una mediación familiar, en la que se establecerían las pautas a seguir en la construcción de la responsabilidad parental. Parecía sencillo.
Se trataba de una pareja, María, de unos 35 años, y José, de 46. Ambos con instrucción superior, sin demasiados apremios económicos. Ella quería dejar por escrito lo que de hecho sucedía en relación a la hija de ambos, Minerva (como la diosa de la sabiduría, dijo María), de 8 años, la luz de los ojos de ambos. Ellos se conocían desde hacía más de 15 años, cuando María era una hermosa joven. José, de apariencia corriente, bajo perfil, buen humor, impresionaba como un buen tipo y aceptaba firmar un acuerdo que reflejara la realidad. Hasta aquí, era coser y cantar.
Y estos son los casos más complicados. Las diferencias son sutiles, casi parecen una nimiedad. Pero no es así.
La nena seguiría viviendo principalmente con la madre, en un departamento de propiedad de José. Cuando pasamos al tema de alimentos, él manifestó que prefería no pasar una cuota en efectivo, pero se hacía cargo de lo siguiente: 1– el departamento lo podrían usar madre e hija hasta la mayoría de edad de Minerva; 2 – pagaba  los impuestos y el agua de la propiedad; 3 – Minerva era de las que tenían múltiples actividades, que José pagaba: violín, natación, danzas, la escuela –y todos los gastos escolares incluido el transporte- y además, 4 – la cobertura de una excelente prepaga para madre e hija. Y pensaba seguirlo haciendo y suscribir un acuerdo en estos términos. Calculando todo lo que José entregaba en especie y se hacía cargo nos daba alrededor de $ 15.000. Y además le pasaba… $ 500 en efectivo. Los mediadores no hicimos comentario alguno, aunque la suma en dinero sonaba un tanto peculiar.
Pero María se quería mudar –aducía que el departamento era muy pequeño– y pretendía que con el alquiler de su propiedad, José se hiciera cargo de los gastos de la nueva vivienda. A su vez él nos manifestó que en realidad ella se quería ir porque al lado del departamento vivía la madre de ella. Y que él no tenía intención de que residieran en otro lado; vivía muy cerca y así el contacto con la hija era casi permanente. Esta información surgió en reunión privada con cada uno de ellos. Con este panorama, pasamos a una nueva audiencia, para poder firmar el acuerdo.
Como siempre, repasamos los términos del convenio al comenzar la nueva reunión. Leí todo lo que José ofrecía y cuando vi que había anotado $ 500, creí que era un error. Y no los mencioné. Mi compañera dijo: “Todo eso… más $ 500”. La cara de María expresaba disconformidad. Pasamos entonces a una reunión privada con ella, en la cual manifestó que el acuerdo reflejaba lo que tenía ahora… y nada más. Charlamos largamente y surgió la posibilidad de que no lo firmara si no la satisfacía plenamente. No queríamos los mediadores que la gente se retirara insatisfecha. Entonces mi compañera mediadora –con el sexto sentido femenino– se retiró de la sala para hablar con José en privado. Yo me quedé con María.

Un rato más tarde aparece mi colega y expresa que José, con un gran esfuerzo, ofrecía entregar $ 1.000 en efectivo (en lugar de los $ 500). Y María sonrió y dijo: “Acepto”. Yo, varón mediador, pensé “cherchez la femme”; no sabía si la situación me resultaba graciosa, absurda o sorprendente. El monto original ofrecido en efectivo era exiguo; y el nuevo lo seguía siendo. Más aun teniendo en cuenta de lo que José se hacía cargo. Y firmamos el acuerdo. Y se fueron María y José, charlando amigablemente.   
Cuando nos quedamos solos los mediadores, comentamos el caso. El pequeño movimiento que José había hecho era simbólico: María necesitaba llevarse algo más de lo que tenía, aunque fueran $ 500 más. Esto, en mediación, se llama reconocimiento.
Y las personas necesitamos el reconocimiento para seguir con nuestras vidas. Necesitamos SER (seguridad, posibilidades de expansión y crecimiento, y reconocimiento).

(*) Mediador

Publicado en Comercio y Justicia (Córdoba, 25/08/17)

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