Desde Senegal: una metodología de trabajo intercultural

 

Desde Senegal: una metodología de trabajo intercultural

Por Gabriela Mohaded *

Llevo casi dos años residiendo en Senegal (África del Oeste) y cuando me preguntan qué es lo que más me gusta de aquí, respondo “la vida en comunidad”. La comunidad es un organismo vivo, donde cada uno ocupa su lugar, sabe que es importante y no lucha por ser reconocido. La comunidad sostiene, apoya, contiene, facilita. Convivir con 25 personas desde luego no es fácil, pero me ha enseñado a ser más tolerante y dejar pasar.

Los mayores son los que intervienen en los conflictos que puedan suscitarse, llevan adelante la mediación familiar. Ellos tienen la sabiduría de los años, sumada al entrenamiento que comienza desde la niñez. Cuando ocurre un conflicto, los representantes de la Gran Familia son convocados, viajan a la casa familiar donde acontece la situación y permanecen mínimo un mes; luego hacen el seguimiento.

Cuando me consultan sobre aquello con lo que no acuerdo, respondo en primer lugar: el ruido. Si bien no es correcto hacer generalizaciones, es un código cultural que comparten la mayoría de los países africanos; “África es ruidosa, estridente” y eso suele ser bastante molesto. Pero hace a la esencia de este lugar y no puedo hacer nada para cambiarlo, tampoco me corresponde.

Respecto de la otra cuestión sobre la que sí puedo accionar tiene que ver con la basura en especial, los residuos sólidos domiciliarios, que son aquellos que las personas generan en su vida cotidiana (plásticos, envases, envoltorios, restos de comida etcétera).

Así que, luego de quejarme bastante, entristecerme y enojarme mucho, decidí junto a mi esposo (él es senegalés) diseñar un plan de cambio social, con el objetivo de pensar en una “estrategia de sensibilización” acerca de la importancia de reducir la basura domiciliaria, su recolección y correcta disposición final, ya que en la mayoría de los casos termina en zonas baldías y el mar.

Hemos trabajado en España y Argentina con la comunidad senegalesa, principalmente, interviniendo en las cuestiones derivadas de la venta ambulante, así como la condición de regularidad o irregularidad (residencia permanente-transitoria-precaria). 

El plan mencionado está dirigido a los habitantes de la comunidad donde vivimos, Pikine, la más poblada de Senegal. La idea es comenzar por nuestro barrio e ir multiplicando sus efectos, “de lo micro a lo macro”.

En cuanto a las necesidades que se encuentran detrás del proyecto, se pueden citar: 1) que la población tome conciencia del inadecuado manejo que se está proporcionando a los residuos domiciliarios; 2) que sean capaces de comprender que todos debemos estar involucrados: somos parte del problema, pero también de la solución; 3) que el municipio tome cartas en el asunto y haga cumplir la normativa vigente.

Principales desafíos

Sabía, como mediadora, que uno de los retos más importantes consistía en legitimarme para luego poder legitimar el proyecto.

Recuerdo mis comienzos en lo intercultural: recién llegada a España, participé de una reunión junto a una amiga también argentina y mediadora y al dar nuestro punto de vista acerca de cómo resolveríamos el conflicto sobre el que se estaba trabajando, de un modo “elegante” nos dieron a entender que no teníamos ni voz, ni voto…éramos dos extrañas.

Con el tiempo entendí que nos habíamos equivocado muchísimo: estábamos en un país diferente, con modos de pensar, sentir y actuar distintos, teníamos que tomarnos el tiempo de conocer y aprender sus códigos culturales. De esta experiencia han transcurrido más de diez años.

A los pocos días de aterrizar en Dakar, advertí que todo era muy diferente, era necesario soltar lo que traía para poder tomar lo nuevo. Con las emociones a flor de piel, en un estado de estrés aculturativo que parecía no tener fin, hasta que un día todo comenzó a fluir; sólo debía tener la paciencia necesaria para transitarlo. Lo más duro es el miedo a perder la identidad, diluirse en ese juego del soltar, tomar, integrar. Lo importante es saber que de esa etapa se sale.

Ahora me consideran y me siento parte, hablo el dialecto (wolof), puedo saludar a los vecinos -aquí es fundamental-, ir a la despensa de la esquina, al negocio de Awa por pan, hablar con el maestro de mi hija, llevar los niños al hospital, pelear el precio en el mercado, participar de los eventos. Ya soy parte de mi barrio, ya estoy legitimada. ¡Ya no soy la blanca que vino a imponer!

Otro de los desafíos del proyecto tiene que ver con poder sostener esta iniciativa en el tiempo, seguir adelante y no bajar los brazos. La burocracia aquí, como en muchas otras partes del mundo, es desgastante. El tiempo parece dilatarse y el ritmo es otro. “Es un gran aprendizaje”.

En cuanto a los posibles aliados y sponsors, se pueden citar al municipio, la mezquita, escuelas, clubes, ONG, juntas vecinales de mujeres, jóvenes y grupos religiosos, comercios, entre otros.

Por último, en lo que se refiere a los resultados que se esperan lograr, tienen que ver con: 1) Tomar conciencia de la importancia de una buena gestión de los residuos; 2) Trabajo colaborativo y en red; 3) Una comunidad más saludable.

Vemos así que la manera de trabajo en lo comunitario e intercultural abarca mucho más que la sala de audiencia y las partes del conflicto, trasciende el modelo tradicional tal y cual lo conocemos, va más allá; a veces supone acompañar a personas que no hablan el idioma de la sociedad de acogida a centros de salud, tribunales, organismos estatales etcétera. Realizar talleres, incluso de idiomas, para fomentar la integración y toda aquella actividad tendiente a la cohesión social.

El compromiso más grande que asumimos como mediadores en este campo es dar a conocer, informar, incluso en ocasiones asesorar, para ser un puente que acerque a las dos orillas, que en algunos casos están más cerca que en otros.

A veces me consultan sobre el tipo de herramientas que utilizo, y lo fundamental para mí, al igual que en los otros tipos de mediaciones, es “generar empatía”; es la única manera que una persona abra su puerta y nos deje entrar en su mundo; es la llave, y nosotros tenemos que saber o por lo menos intentar conocer qué tipo de llave abre la cerradura que tenemos delante.

Se debate acerca de si el mediador intercultural debe o no pertenecer al colectivo de una de las partes del conflicto, cuestionándose así muchas veces su imparcialidad. Sin embargo, yo considero que es fundamental pertenecer o tener conocimiento acabado sobre las comunidades entre las que interviene. Es lo que se denomina contar con “competencia intercultural”.

Según la Unesco, la competencia intercultural está relacionada con la actitud que se mantiene hacia otras culturas, incluida la propia. Está integrada por un conjunto de destrezas en la que los aspectos afectivos cobran especial relevancia. En su desarrollo se incide en las actitudes personales para conseguir nuevas perspectivas que propicien la reflexión sobre la cultura propia y la de los otros. Para ello hace falta entrar en contacto con otras culturas.

Hasta aquí he querido comentarles una de mis maneras de trabajar desde lo comunitario. Esta ha sido la presentación del proyecto que por el momento está en espera, debido a las próximas elecciones de intendentes. Confío compartir con ustedes el seguimiento del mismo. ¡Hasta pronto!

(*) Mediadora intercultural

Comercio y Justicia 25/11/2021

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