¿Por qué nos molesta la incomodidad?

 

¿Por qué nos molesta la incomodidad?

 
 
 
 
Por Gabriela Mohaded *

Los caminos de la vida y la pandemia me llevaron a residir actualmente en Senegal, el país más occidental de África. Surgió la idea de escribir Las Crónicas desde Senegal para esta columna, abordando cuestiones de interés. Sin embargo, para poder adentrarme en ello, es necesario previamente preparar el terreno, para incorporar y entender cómo se vive en otra parte del globo.

Hago mención a una situación bastante incómoda que me tocó vivenciar años atrás, cuando -previo a disertar en un congreso- se me pidió expresamente que no tocara ciertos temas, porque podría generar incomodidad entre los mediadores.

Y hasta el día de la fecha sigo sosteniendo que, precisamente, ésas son las cuestiones sobre las cuales sí debemos hablar, ya que si no somos capaces de lidiar con situaciones incómodas ¿para qué mediamos? Todo aquello que sirva para ampliar nuestro mapa mental y movernos de nuestro metro cuadrado es muy valioso.

De más está decir que la incomodidad se nos presenta a diario tanto en nuestra vida privada como en lo laboral sea antes, durante o después de una audiencia virtual o presencial. 

Antes de la mediación, sólo a modo de ejemplo, se podría citar el hecho de llegar a la audiencia y no encontrar sala o que ésta esté ocupada. Que las computadoras no funcionen o las impresoras no impriman. La atención de algunos empleados quienes, parece ser, se olvidaron de que están tratando con personas.

Durante la mediación, “la descarga emocional” de las partes; debo confesar que al comienzo de mi rol como mediadora me daba miedo; pero luego comprendí que es necesaria y constituye la materia prima de nuestro trabajo. Otro tanto ocurre con “ese silencio eterno” que parece no terminar nunca, y la tensión contenida que ello conlleva. La verdad develada, el secreto guardado durante años, que al fin sale a la luz.

El famoso “no tengo instrucciones para mediar” y lo que representa para la otra parte, quien requirió la audiencia; es como un portazo en la cara, tirando abajo todas sus expectativas de llegar a un acuerdo evitando así el juicio. Todo ese mundo invisible es lo que percibimos los mediadores, antes de que se manifieste de forma expresa. Ni que decir cuando es el otro mediador de la dupla el que dice o hace algo con lo que no concordamos.

Y hoy en día con el auge de la virtualidad, cuando se nos corta la conexión, hay retorno o el sonido nos llega con delay.

Y después de la mediación, tener que “perseguir”, recordar, insistir a ciertas compañías que abonen nuestros honorarios.

La incomodidad nos molesta porque nos saca de nuestra zona de confort, generándonos cierta inseguridad; pero nos enseña -siempre y cuando logremos trascenderla- a crear, a pensar diferente, a conducirnos de otro modo y a cambiar la estrategia, 

Se trata de comprender que no tenemos, por lo menos en “ese instante”, el control de la situación, para lo cual debemos estar preparados, no sólo intelectualmente, sino también emocionalmente; requiere un trabajo interno, profundo y sincero. 

Constantemente estamos vibrando con lo que acontece en una sala de audiencia, sea presencial o virtual, y a pesar de ello se nos enseña en la formación que, pase lo que pase, siempre debemos permanecer “neutrales”.

En mi opinión personal la “neutralidad” no existe; algo se nos mueve como personas, no somos máquinas. De lo contrario nos quedaríamos en una postura y no seríamos capaces de generar empatía. Lo importante es saber qué hacer con aquello que se nos moviliza y hace sentir incómodos. Sí creo que debemos ser imparciales; pero son dos cosas distintas.

Como mediadora intercultural, la incomodidad y su manifestación, “el prejuicio”, es algo con lo que aprendí a convivir a diario, en lo personal y profesional, ya que no me había dado cuenta de mis propios prejuicios hasta que comencé a vivir en este país, que cuenta con códigos culturales muy diferentes (raza, idioma, religión, modos de hacer, pensar y sentir).

En el fondo se trata de tener miedo a perder la propia identidad, a diluirme. Eso es lo que más incomodidad me generaba; sin embargo, al lograr bajar la guardia se puede integrar “lo nuevo, lo diferente” produciéndose así el “verdadero” cambio.

Si algo nos enseñó el año 2020 es a fluir, dejarnos llevar y dar lo mejor de cada uno. Así que no veamos de costado a la incomodidad ni la escondamos bajo la alfombra, sino que mirémosla directo a la cara y démosle la bienvenida, porque nos está brindando la oportunidad de dar un salto, luego del cual nos sentiremos más empoderados ya que habremos capitalizado algo más, un nuevo saber. Y al fin y al cabo de eso se trata la vida.

Más adelante compartiré con ustedes algunas cuestiones de esta parte del mundo.

* Mediadora intercultural
Comercio y Justicia 6/5/2021

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